Soy un hombre de mar. Me he ganado ese derecho. Entre las ruinas mohosas de un barco llamado Juriel 10, en un abril de hace tantos años.
Soy un hombre de mar. Me he ganado ese derecho. Me lo he ganado entre las olas, entre la sal, encallando en mil lugares.
Soy un hombre de mar porque las sirenas me han llamado por mi nombre. Han gritado desesperadamente por mis sueños. Me han robado el corazón y me lo han regresado mil cien veces.
Soy un hombre de mar poque me he ganado ese derecho. Porque he visto las estrellas en un mar lleno de fosforescencias. Las he visto tornarse en girasoles. Las he visto volverse ojos que nos miran.
Soy un hombre de mar porque aprendí a leer en sus mensajes el camino de regreso a casa.
Me he ganado ese derecho porque he sudado con las redes secas y mojadas, porque he traído el pan que nos brinda y he bebido su vino.
Soy un hombre de mar porque me he ganado ese derecho.
Mi piel tiene marcas de mil soles, de cientos de mares, de siglos y siglos de peregrinaje.
Soy un hombre de mar porque me he ganado ese derecho.
Y aunque a mí me esperó una Penélope que tejía en la mañana y destejía por las noches mi regreso, preferí quedarme con mis fantasmas: los observé y los reuní a todos.
En el mar encontré mi propia voz: mis delirios, mi locura.
Soy un hombre de mar porque me he ganado ese derecho
porque mi casa nunca estuvo en la tierra y me fue prometida una tumba en el fondo del mar
cuando, distraídamente, miraba a los ojos de una rana ciega.
Soy un hombre de mar porque con mi hermano me hice a ella,
me dejé arrastrar por el viento y compartimos pan, sonrisas y tragedias.
Soy un hombre de mar porque he naufragado mil veces y no he perecido aún.
Un fotófago es un bichito pequeñito que come luz, pero se nutre de la sombra. Viaja de rayo en rayo. Se esconde en las gavetas, hurga en las alcobas, se mete en los escotes, busca en los secretos. Es quien trata de entender lo que pasa con los cuentos cuando se cierra el libro; es quien está detrás de tus sueños y detrás de los míos.